Indonesia en 2022 (y II): Joko Widodo desafía a la naturaleza con su nueva capital

Madrid. Además de la inflación, la economía de Indonesia tiene otros poderosos enemigos: los terremotos y el cambio climático. En noviembre, la ciudad de Cianjur, en la isla de Java, a 24 kilómetros de Bandung y a 100 de la capital, fue sacudida por un fuerte terremoto de 5,6 de magnitud en la escala abierta de Richter, que dejó a 334 personas muertas y unas 8.000 resultaron heridas. Los habitantes de Yakarta contaban que incluso estando a 100 kilómetros del epicentro sentían la vibración. En diciembre, tan solo una semana más tarde, tuvo lugar otro terremoto (en esta ocasión de 6,1 de magnitud en la misma escala).
En suma, estos dos acontecimientos se unen a la larga lista de catástrofes naturales que sufre el archipiélago constantemente. Indonesia se encuentra en el «cinturón de fuego», frontera de colisión entre grandes placas tectónicas, que es la causa principal de los terremotos. El desarrollo de la infraestructura urbana debe tener en cuenta este riesgo, especialmente en la superpoblada isla de Java.
Por otro lado, las lluvias torrenciales, los monzones y la subida del nivel del mar destruyen la infraestructura costera de Indonesia. Las inundaciones son comunes para las grandes ciudades del Sudeste Asiático, tales como la vietnamita Ho Chi Minh, la birmana Yangón, la bangladesí Chittagong o Singapur. No obstante, el caso de Yakarta es especialmente crítico, ya que la megalópolis indonesia se está hundiendo poco a poco (entre 4 y 5 centímetros por año). Barrios enteros se inundan constantemente, haciéndoles la vida imposible a los yakarteses. La canalización de la ciudad está sobrecargada y atascada por la basura que trae el agua. Este ambiente insalubre incitó el súbito incremento de la población de ratas en la capital indonesia que poco después invadieron toda la ciudad.
Para Joko Widodo, presidente indonesio, este es un grave problema. ¿Cómo puede Indonesia posicionarse como una potencia económica mundial, si Yakarta puede quedar sumergida bajo el agua en medio siglo? De allí el ambicioso plan de Jokowi, como también se le conoce al presidente, en trasladar la capital de la superpoblada Java a Kalimantan (también conocido como Borneo), la isla más grande del archipiélago. La nueva capital se llamaría Nusantara («archipiélago» en indonesio, además de ser el endónimo del país) y se encontraría en medio de la selva profunda. Nusantara acogería la sede del Gobierno, varios cuerpos administrativos, además de la base central del Ejército indonesio, según el plan de Jokowi.
Para el presidente indonesio, esto es un proyecto que lo dejará en los anales de la historia para siempre, un monumento como los que erigían los emperadores para vivir eternamente en la memoria popular. Para hacer realidad este ambicioso proyecto, Yakarta necesitará 32.000 millones de dólares, el 2,7 % de su PIB en 2021. Según el plan original, la primera fase de la ciudad quedaría acabada en 2024, el último año del mandato de Jokowi, que lleva en el poder desde 2014. El gobierno indonesio presenta la nueva capital como un proyecto sin iguales, una iniciativa ecológica que combinaría los avances tecnológicos del siglo XXI con el respeto por la naturaleza, para evitar cometer los mismos errores que Yakarta y ser su mejor versión. Para demostrar su resolución por la iniciativa de Nusantara, Jokowi declaró que Indonesia aplicará para convertir la recién construida capital en la sede de los Juegos Olímpicos de 2036.
Aparte del entusiasmo que sienten algunos por el proyecto de Nusantara, hay los que creen que es más bien objeto de delirios de grandeza del presidente que una iniciativa económica viable. Primero, está el problema de la financiación. La grandiosidad del proyecto es equiparable con los riesgos que conlleva. Es verdad que el Banco Asiático de Desarrollo asiste con profesionales y asesores, pero a la vez inversores como el japonés SoftBank abandonaron el proyecto en marzo. Pekín expresó su interés por la iniciativa, pero Yakarta mantiene la distancia, ya que entiende que demasiadas inversiones chinas espantarán el capital occidental.
Según ‘Financial Times’, incluso la primera etapa que Jokowi planeaba acabar en 2024, es demasiado ambiciosa y las declaraciones del Gobierno de que un 20 % será financiado con dinero público causan escepticismo. Además, a Widodo le quedan menos de dos años en el poder y no puede garantizar a los inversores de que en caso de que la oposición llegue en 2024, esta prosiga con la construcción megalómana.
Además, la región del Sudeste Asiático ya conoce un ejemplo de traslado de capital. En 2005, la junta militar birmana trasladó la sede del gobierno de Yangón, la capital histórica, a la recién construida Naipyidó, de la que nada se sabía hasta el momento. La ciudad se convirtió en la fortaleza del Tatmadaw (así se llaman las Fuerzas Armadas de Birmania, o Myanmar), que podía controlar desde allí el centro urbano de Mandalay y dirigir sus operaciones contra los rebeldes étnicos y prodemocracia en las selvas del Este y Noreste del país.
Naipyidó, junto con su monumental pagoda, marcó en piedra el legado de la junta. No obstante, el gobierno no consiguió atraer a la gente a esta nueva ciudad. Los analistas son escépticos de los datos oficiales de casi un millón de habitantes. Los escasos visitantes de la capital birmana la describen como una ciudad desértica, donde la población vive en barrios dependiendo de su ocupación y los transeúntes más comunes son los barrenderos que luchan contra el polvo que metafóricamente se asienta por toda la ciudad. La capital va en contraste con Yangón y Mandalay, cuyos mercados están llenos de comerciantes, las calles repletas de motos, bicicletas y coches, llenas de conversaciones, pitidos y vida.
También están las varias capitales fallidas de Egipto, que intentó solucionar la cuestión de la sobrepoblación del Cairo. Está China con sus gigantescas ciudades dormitorio, que traen reminiscencia de películas apocalípticas. ¿Querrá Nusantara seguir su suerte?
Es verdad que la historia vio ejemplos exitosos, como Brasilia, Canberra o Washington, por ejemplo. No obstante, la creación de una ciudad de la nada no es una tarea simple y es siempre un riesgo. Jokowi no puede garantizar que la nueva capital no sufrirá de los mismos defectos que Yakarta. Además, la construcción de Nusantara no solucionará los problemas de los 10 millones de habitantes de Yakarta, que no dejará de inundarse. El traslado de la capital sería una forma de alejar el problema de los ojos del gobierno y delegar la responsabilidad a las autoridades locales.
Por eso, algunos analistas citados por ‘Financial Times’ creen que sería mejor dirigir los fondos que se pretende usar para la nueva capital a solucionar los problemas de Yakarta. La ciudad tiene el ejemplo exitoso de Singapur, que consiguió lidiar con las constantes inundaciones con un sistema de drenaje avanzado y varios diques esparcidos por la isla. Remodelar Yakarta usando experiencia internacional podría ser una mejor opción que escaparse de los problemas de Java a Kalimantan.
En definitiva, Indonesia deja una impresión económica positiva para 2023. El desarrollo de la producción de níquel puede ser una oportunidad para crear la tan anhelada imagen de Indonesia como la «nueva fábrica del mundo», un relevo de China. Las principales fuentes de inestabilidad siguen siendo la inflación, los desastres naturales y las elecciones de 2024, que acabarán con la década del popular Jokowi en el poder.