Corea del Sur celebrará elecciones presidenciales sin despejar el grave laberinto político

Madrid. Corea del Sur celebrará elecciones presidenciales el próximo 3 de junio en medio de un grave laberinto político, tras la definitiva destitución del presidente Yoon Suk-yeol por el Tribunal Constitucional el pasado 4 de abril, por el decreto de la ley marcial en diciembre pasado, que sumió al país en una profunda crisis política. Unos comicios para los que parte como favorito el líder de la oposición, del Partido Democrático (PD), Lee Jae-myung, y artífice de bloquear la ley marcial, y por el gubernamental Partido del Poder Popular (PPP) suena Kim Moon-soo como candidato de consenso que afronte la nueva etapa del país, unas elecciones que no despejarán el actual escenario de crispación e incertidumbre que reina en la cuarta economía asiática.
Así, el espectro político de Corea del Sur podría quedar de la siguiente forma, pues tras cuatro meses sumido en una confusa polarización política, habrá que ver lo que deparan las elecciones presidenciales de junio próximo: Lee Jae-myung, un controvertido líder de la oposición podría ganar la Presidencia surcoreana. De hecho, Yoon le ganó por muy escaso margen las anteriores elecciones presidenciales, en marzo de 2022, con algo menos del 1 % de los votos, mientras la oposición del PD se hizo con la mayoría parlamentaria al lograr la victoria legislativa en abril de 2024, e incluso mejoró sus resultados de cuatro años anteriores al renovar esa mayoría en la Asamblea Nacional (Parlamento, constituido por 299 miembros), lo que supuso un complicado mandato presidencial, muy debilitado, de Yoon Suk-yeol hasta su destitución en diciembre pasado por haber decretado de forma unilateral la ley marcial.
Pero Lee Jae-myung tiene causas pendientes con la justicia, e incluso ha adoptado una posición más moderada para atraerse a votantes indecisos y de centro, y su posible victoria supondría que su partido del PD, con mayoría parlamentaria, tendría un Ejecutivo para ejercer su Presidencia sin obstáculo alguno, mientras que si Kim Moon-soo fuera el candidato del gubernamental PPP y lograra la victoria, la situación sería igual que antes de la destitución de Yoon, es decir, un Ejecutivo conservador pero con un Parlamento en manos de la oposición, por lo que debería gobernar con una minoría parlamentaria, tal como ha venido haciendo el presidente destituido. O sea, el Legislativo, dominado por la izquierda, en contra de un gobierno, de derechas, en un país cuya república democrática está regida por un sistema presidencialista y separación de poderes. Una realidad política que puede surgir en junio próximo sin descartarse las tensiones internas y la polarización política.
Sin embargo, la polarización política podría también afectar a Lee Jae-myung aunque ganara la Presidencia del país, dado que la enorme crispación y división política en la sociedad surcoreana podría limitar su capacidad para gobernar de forma más eficaz. Lee tiene pendiente cinco juicios por diferentes causas, desde las acusaciones de violación de la ley electoral hasta perjurio, y su condena podría inhabilitarle hasta diez años, pero este posible fallo judicial no va a producirse antes de los comicios de junio próximo. Lee es más conciliador con Corea del Norte e incluso con China. Y al parecer estaría dispuesto a reducir su gran dependencia con Estados Unidos, en especial en lo relativo con lo militar, sobre todo cuando Donald Trump está exigiendo pagar más para la defensa de su país o por mantener a sus 28.000 soldados en las distintas bases militares en Corea del Sur.
Lo que está claro es que Yoon Suk-yeol, de 65 años, con su decisión unilateral de aplicar la ley marcial, perdió toda su credibilidad a mitad de su mandato de cinco años, dentro y fuera del país, ya que sembró preocupación en EEUU. Corea del Sur es un importante rincón para Washington en el Indo-Pacífico, un socio estratégico para Occidente. Pero ahora con Trump en la Presidencia estadounidense tal vez las bases militares tendrán que afrontar distintas modificaciones que salpiquen a otros países e incluso la anómala situación política puede inclinar a Trump en tener más interés en reunirse con el líder norcoreano, Kim Jong-un, ante la falta de un serio liderazgo en Seúl, dado que el inquilino de la Casa Blanca está convencido de que Pyongyang le hará caso en su oferta para ir «desmantelando su programa nuclear». Trump tiene mucho interés en retomar el diálogo sobre el desarme norcoreano. Y ya conocemos la forma unilateral de llevar a cabo sus negociaciones.
Eso sí, esta misma semana una delegación surcoreana viajó a EEUU para negociar los aranceles estadounidenses que afectan a sectores claves como los semiconductores y ver una reducción de los impuestos por EEUU en las próximas negociaciones bilaterales. Seúl y Washington desean que se refuerce la alianza entre los dos países, pero hay cierto temor y no es la primera vez desde que Trump está en la Casa Blanca que circulan rumores de que el presidente estadounidense priorice unilateralmente unas posibles negociaciones con Kim Jong-un, lo que podría perjudicar los intereses surcoreanos. E incluso, en la Casa Blanca también hay cierta preocupación por la cooperación militar entre Corea del Norte y Rusia, a quien el régimen norcoreano ha suministrado armas y a donde ha mandado unos 11.000 soldados para apoyar la invasión rusa de Ucrania.
Yoon cometió el grave error de reabrir profundas heridas históricas, lo que originó una fuerte oposición, dado que la democracia y sus propios valores se sintieron amenazados y el pueblo coreano no lo ha permitido. Yoon ha pedido disculpas «por no cumplir con las expectativas», tras su destitución definitiva por el Tribunal Constitucional. Yoon, un fiscal impecable durante 27 años, que llevó su cruzada anticorrupción hasta dar con la expresidenta Park Geun-hye -la última dirigente antes en enfrentarse a una moción de censura- en la cárcel por un gran escándalo de sobornos y coacciones.
Para muchos observadores, el verdadero objetivo de Yoon era maniatar a la oposición y acaparar el poder que las urnas le habían restado cuando su partido sufrió una derrota aplastante en las legislativas de abril de 2024, debilitando la posición del Gobierno. Y luego el rechazo a los presupuestos del Ejecutivo en la Asamblea Nacional, la crisis económica que vive el país con la crisis inmobiliaria, la inflación, el envejecimiento demográfico o la perenne tensión con su vecina del Norte o ese ‘miedo» infundado sobre el régimen norcoreano, en el que Yoon insistía que su objetivo era proteger al país de las fuerzas comunista de Pyongyang y eliminar elementos antiestatales que favorecían a Corea del Norte, entre otros factores empujaron a Yoon a aplicar la ley marcial ante la impotencia para ejecutar sus funciones como presidente del país al estar gobernando con una minoría parlamentaria.
Yoon, que siempre mostró una estrategia más «dura» que su predecesor Moon Jae-in (PD), con Corea del Norte, quiso sacar rédito de su fragilidad política cuando el Parlamento, con mayoría de la oposición, le derribó los presupuestos y luego acusó a la propia oposición de estrechar vínculos con Corea del Norte, lo que le sirvió para aplicar la ley marcial que ha sido su tumba política, una decisión que ha deteriorado las instituciones políticas de un país con una democracia respaldada por la amplia mayoría ciudadana.
Es la segunda vez en tres presidencias que Corea del Sur se ve obligada a celebrar elecciones anticipadas, tras la destitución de Park Geun-hye en 2017 por un escándalo político, corrupción y tráfico de influencias que terminó siendo encarcelada, y ahora la destitución de Yoon por haber aplicado la ley marcial y abuso de poder, mientras que en 2004 fue también destituido el entonces presidente Roh Moo-hyun por supuestas violaciones de la ley electoral, pero fue rechazado por el Constitucional y continuó como presidente de Corea del Sur.
Corea del Sur es una de las democracias más consolidadas del planeta, un país que desde finales de los años ochenta, con la transición de las dictaduras militares a la democracia, ha tenido no solo tensiones políticas domésticas con varios presidentes encarcelados, sino que las relaciones con su vecina de Corea del Norte han originado escenarios nada cómodos en el país, cuya economía, la duodécima mundial, se vio salpicada por un fallido golpe de Estado, en diciembre pasado, que recordó experiencias vividas bajo dictaduras militares, cuya última ley marcial fue en 1979, emitida tras la muerte del entonces presidente Park Chung-hee, que se prolongó 440 días y estuvo marcada por las violaciones de derechos humanos, culminando en el golpe militar de Chun Doo-hwan.
En definitiva, los coreanos esperan al nuevo presidente de un país que desean poner fin a una de sus crisis políticas más graves de los últimos años, recuperar una confianza perdida en los políticos y comprobar el comportamiento de Corea del Norte, dado que su régimen siempre se ha peleado con la normalidad y estabilidad en Pyongyang, pero está claro que la inestabilidad política de su vecina del Sur no le perjudica en nada. Las dos Coreas siguen técnicamente en guerra a pesar del armisticio de 1953, aún sin un tratado de paz en firme.