China se blinda: aumenta sus reservas estratégicas para un mundo cada vez más hostil

Madrid. China se está preparando. Desde hace años, acumula materias primas intensamente: petróleo, cobre, níquel, litio, cobalto, carbón, mineral de hierro y, por supuesto, tierras raras. Incluso, cuenta con una reserva estratégica de alimentos, dado que las tierras cultivables en su territorio representan menos del 10 % del total mundial. Es cierto que, en la actual coyuntura de guerra comercial abierta con Estados Unidos, este elevado ritmo de almacenamiento tiene justificación por lo que pudiera pasar en las cadenas de suministro globales, así que se cubre las espaldas.
Además, esta estrategia le permite una posición de ventaja ante cualquier acontecimiento que pueda producirse en el presente contexto de tensiones geopolíticas. Es un razonamiento lógico y que viene al caso, pero no puede obviarse que Pekín lleva proveyéndose de combustibles, metales críticos y otras materias primas desde hace más de 15 años. Mucho antes de que el mundo asistiera sorprendido a la primera victoria electoral de Donald Trump, allá por noviembre de 2016, origen de las recientes tensiones comerciales entre las dos superpotencias. Según un informe de CaixaBank Research basado en análisis de datos de importaciones, ese acopio se ha acelerado entre 2023 y 2025, lo cual no ha pasado desapercibido para institutos de análisis y la prensa internacional.
China es un país con más de 1.400 millones de habitantes, solo superado por India. De acuerdo con este mismo informe, es el mayor consumidor de materias primas del planeta, al absorber el 40 % del total mundial y, en consecuencia, es un actor clave en la demanda global. Los productos básicos que consume China son importados, especialmente por vía marítima, en la mayoría de los casos atravesando puntos geográficos estratégicos como el estrecho de Malaca, por el que transitan dos tercios de las mercancías que se dirigen a China. Por ello, es vital para Pekín la seguridad de suministro para evitar vulnerabilidades en su economía -se estima que China importa el 70 % del petróleo que consume y el 40 % de su gas natural-.
Al acumular reservas, consigue reducir el riesgo ante posibles interrupciones en un entorno geopolítico cada vez más volátil y complejo. China necesita abundantes materias primas para sostener su política industrial en sectores como el acero, la electrónica o la automoción. Además, los metales críticos y las baterías son clave en su transición hacia las renovables. Por otra parte, con ello también se anticipa a subidas de precios y crea colchones para limitar los incrementos de costes de las materias primas por cuellos de botella en potenciales crisis que se desconoce cuánto podrían durar.
Sin embargo, China ha aprendido del pasado. En 2018, Trump ya impuso aranceles a las exportaciones chinas por un valor de 60.000 millones de dólares al año, lo que hizo que China respondiera con aranceles a la soja estadounidense. En 2020, la pandemia paralizó las cadenas de suministro y elevó el coste de las materias primas. Luego, en 2022, la guerra en Ucrania hizo que los precios subieran aún más y evidenció la disposición de Estados Unidos a hacer uso de embargos. Tras estas perturbaciones, el valor de las importaciones de materias primas de China alcanzó en 2023 un máximo histórico de 810.000 millones de dólares después de crecer un 16 % frente al año anterior. De esta suma, alrededor del 45 % correspondió a compras de petróleos crudo y derivados y poco más del 30 % a metales industriales. Esta tendencia continuó en aumento el año pasado.
Asimismo, China está incrementando sus reservas de oro de manera sostenida desde 2023. Según algunos informes, rondan ya las 2.300 toneladas. Rusia también ha adoptado una política parecida. Los expertos explican que la acumulación de oro, activo refugio en tiempos de incertidumbre, se debe a la voluntad de estos países de reducir su dependencia del dólar y protegerse frente a las sanciones occidentales. El metal precioso no es susceptible de congelación por sanciones y sirve para diversificarse frente a activos denominados en dólares con el objetivo de sortear el dominio financiero de Estados Unidos, sobre todo en un contexto como el actual, marcado por los aranceles y la rivalidad tecnológica.
Algunos analistas financieros relacionan este aprovisionamiento de oro con la posible antesala de la invasión de Taiwán -un riesgo que sigue vigilando muy de cerca la Comisión de Seguridad de Estados Unidos-. El aumento de las compras de oro por parte de China y la menor exposición a la deuda estadounidense se entienden como una estrategia para guarecerse frente a eventuales sanciones de Occidente sobre las cuentas en dólares del país. Las sanciones del G7 contra entidades e individuos rusos desde 2022 por la guerra de Ucrania y, en particular, la congelación de las reservas de divisas de Rusia han llevado a los responsables políticos de Pekín a diseñar fórmulas para inmunizar su economía ante un escenario similar si finalmente se produce una incursión en la isla «rebelde» y reforzar así la seguridad financiera del país.
Incluso, según algunos medios, está promoviendo que los bancos centrales de otros países utilicen Shanghái y Hong Kong para custodiar sus reservas de oro, construyendo infraestructuras de almacenamiento, cámaras acorazadas, etc., para atraer reservas del extranjero y, con ello, ganar influencia internacional en este mercado.
En resumen, China está jugando una partida silenciosa pero decisiva en la geopolítica del siglo XXI, consciente de que la falta de capacidad para satisfacer su propia demanda y su dependencia de las importaciones de terceros países constituye una importante fuente de riesgo. Su estrategia de acumular reservas de petróleo, metales críticos y grano, si bien es un movimiento opaco que genera incertidumbre, hay que reconocer que también es un ejemplo de previsión en una era caracterizada por la vuelta a los imperialismos, al auge del proteccionismo tras décadas en las que el comercio evitaba guerras y a las sanciones que buscan aislar países. Por ello, puede concebirse como un ejercicio de prudencia con el que el gigante asiático pretende blindar su crecimiento, y en eso Pekín va un paso adelante y seguirá por ese camino.
En este sentido, Goldman Sachs prevé que China acelerará la acumulación de crudo en 2026, con la seguridad energética como prioridad. El banco proyecta que el país añadirá alrededor de 500.000 barriles diarios a sus reservas durante los próximos cinco trimestres, un ritmo muy por encima de las estimaciones recientes de compras chinas.
Por otra parte, tal y como ha informado ‘Financial Times’, el Gobierno chino ha prohibido que empresas extranjeras acumulen tierras raras dentro de China, lo que se interpreta como una señal de que China busca monopolizar no sólo el suministro sino también el control de inventarios internos, reforzando su poder de negociación. Asimismo, las importaciones de níquel puro para las reservas estratégicas del país alcanzaron en julio máximos desde 2019, en un momento de tensiones comerciales con Estados Unidos que han llevado a Pekín a asegurarse el abastecimiento de un insumo clave para el acero inoxidable y las baterías.
Esta historia se ha repetido ya. Entre el siglo XVI y el XVII, España extrajo enormes cantidades de plata de Potosí para financiar guerras y mantener su hegemonía en Europa. A inicios del siglo XX, Estados Unidos se convirtió en el principal productor de petróleo, lo que fue crucial durante la Segunda Guerra Mundial para abastecer a los países aliados y, posteriormente, para que se consolidara como superpotencia global. Y durante la Guerra Fría, la antigua Unión Soviética acumuló y explotó intensamente sus vastos yacimientos de petróleo y gas natural, recursos con los que financió su industrialización y utilizó como herramienta diplomática, especialmente en la Europa del Este.
«¿China se estaría preparando para un futuro más hostil?», se preguntaba CaixaBank Research en su informe. Según el Centro Carnegie para la Paz Internacional, un instituto de análisis con sede en Washington, las tensiones entre Estados Unidos y China han alcanzado niveles que hacen que la guerra sea «probable en la próxima década».
En una parada militar a comienzos de septiembre, el presidente Xi Jinping mostró por primera vez la capacidad nuclear completa de China, incluyendo misiles hipersónicos y avanzados, como parte de una postura más firme hacia Estados Unidos. En las últimas semanas, Pekín ha difundido de manera constante demostraciones de poderío y una retórica contundente, transmitiendo una advertencia inequívoca a Estados Unidos, señalaba en una crónica reciente ‘The Wall Street Journal’.
Algunos expertos afirman que vivimos el momento de mayor peligro bélico desde la Segunda Guerra Mundial. La invasión rusa ha desestabilizado Europa del Este y ha reavivado tensiones nucleares, mientras que el conflicto en Gaza ha involucrado a potencias nucleares como Israel y el riesgo de una escalada en la región sigue latente. Bruselas ha anunciado la movilización de 800.000 millones de euros para el rearme europeo ante la amenaza de Rusia. Sin querer parecer apocalípticos, lo cierto es que la realidad invita a pensar en que nos acercamos a un conflicto, lamentablemente. Ver a las acciones de las grandes compañías de defensa disparadas en bolsa resulta muy revelador.







