INVASIÓN DE UCRANIA | Rusia y China, de antiguos enemigos a fieles aliados (I)

Madrid. La política nunca satisface a todos. Las decisiones de muchos de sus dirigentes están plagadas de intereses individuales y colectivos, a veces por encima del concepto del propio Estado. Los tiempos marcan periodos determinantes y si ahora Rusia y China lo comparten todo es porque las dos potencias mundiales cocinan en la retaguardia cómo engrandecer a sus países, y eso que tanto la antigua URSS y el gigante asiático vivieron enemistados en plena Guerra Fría, pero ahora Ucrania y Taiwán son objetivos para su reconquista territorial.
Durante los años setenta EEUU y China se peleaban con la antigua URSS, y ambos países trataban de aislar a la actual Rusia, pero ahora, y desde hace un tiempo, las relaciones entre Washington y Pekín naufragan entre reproches mutuos, dado que los estadounidenses ven al gigante asiático como un enemigo y andan preocupados en observar la cada vez mayor hegemonía china en el mundo. Tras la invasión de Ucrania, Estados Unidos, que lidera la oposición de Occidente a Vladimir Putin, ha visto como Moscú ha logrado que chinos y rusos coincidan en que su seguridad está amenazada por Estados Unidos, al que acusan de inmiscuirse en asuntos internos de sus respectivos países.
Tanto Rusia como China también coinciden en tener «delante de su narices» a dos países. En el caso ruso, Ucrania, un Estado al servicio de Occidente (un Estado «nazi», según Putin), pero realmente democrático, con un presidente elegido por los ucranianos, un rincón que obsesiona al gobernante ruso, pero como dice un proverbio ruso, no puede haber un Imperio Ruso sin Ucrania, debido a su larga historia cultural y económica como el corazón palpitante de la extinta Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS). Una exrepública soviética que sirvió en su momento de zona de protección para Moscú desde la época de la invasión napoleónica de 1812. La tierra más grande, rica en minerales y campos fértiles del mundo.
En cuanto a China, su obsesión es Taiwán, la isla rebelde que bloquea la «gran China». O sea, Putin y Xi Jinping también coinciden en la misma obsesión por superar un pasado que hirió a sus respectivos países en circunstancias políticas bien distintas a los tiempos actuales, y de ahí sus pretensiones de pasar a la historia, uno, Putin, por reconquistar todo el imperio perdido tras la desintegración de la antigua URSS en 1991 y, el otro, Xi, con Taiwán.
China, eso sí, va lento pero seguro en sus metas por lograr la incorporación de la antigua isla de Formosa a su imperio y nadie duda que la fecha tope está en 2049, una fecha histórica para el país al cumplirse el centenario de la República Popular China, y ya entonces se habrá convertido en la primera potencia mundial y su magnitud y objetivos no habrán tenido obstáculos alguno.
Y al igual que a Rusia, a China el concepto de los valores políticos de Occidente no le preocupa lo más mínimo, pues la palabra democracia tiene muchas interpretaciones y cada uno la ejerce a su manera y, obviamente, rusos y chinos tienen su concepto democrático bien distinto de otras naciones que llevan bebiendo ese pensamiento político muchos años, y tanto Ucrania como Taiwán, rincones democráticos, son propensos a contaminar políticamente a estas dos grandes potencias mundiales.
China observa con lupa todo lo que está haciendo Rusia en Ucrania. China sabe que el siglo XXI en el siglo de China y ya dentro de un mundo global que no será igual que el actual. Pero en definitiva, Putin anhela una gran Rusia y Xi Jinping una gran China. Y todo empieza, para hacer realidad estos sueños magnánimos, pero no imposibles, en recuperar Ucrania y Taiwán, respectivamente.
China y Rusia refuerzan su colaboración para ejecutar una fuerte oposición a EEUU, y Pekín será un buen baluarte en apoyar a Moscú con las graves sanciones económicas que ya está sufriendo por su invasión a Ucrania. Vladimir Putin no sólo ganará esta guerra sino que además dejará a Occidente aún más debilitada de lo que ya está.
Realmente es incomprensible la brutal agresión rusa a Ucrania y que haya dudas para expulsar a Rusia del sistema SWIFT (Society for Worldwide Interbank Financial Telecommunication, o sociedad para las comunicaciones interbancarias y financieras mundiales), es decir, el sistema que utiliza el mundo de las finanzas para comunicarse entre sí y que podría afectar a entre el 20 % y el 30 % de las transacciones de Rusia y reducir su PIB hasta un 5 %. Aplicar totalmente el SWIFT es golpear profundamente la economía.
Las sanciones a Rusia no le afectan, pero ésta de la SWIFT en concreto sí podría, y mucho, pero intervienen otros intereses, y de ahí que Italia, Hungría, Chipre y Alemania, la Europa tibia con Moscú, no lo consideren oportuno, mientras EEUU dice que está a la espera de una unanimidad europea que no se produce para ahogar en lo máximo la economía rusa. Por eso la frustración y la rabia del presidente ucraniano, que pide la expulsión de Moscú de este sistema. Los expertos señalan que las consecuencias para la economía mundial serían altísimas, dado que si ahora no son catastróficas, entonces siempre el más fuerte hará lo que quiera para ejecutar sus planes sin castigo alguno.
Una valoración «falsa». Económicamente sólo favorece a Rusia y encima la OTAN no interviene para defender a Ucrania con el pretexto de no ser un país miembro del organismo atlántico, cuando ya intervino en los noventa en la guerra de los Balcanes y tampoco había país alguno dentro de la organización militar, todo un cúmulo de adversidades que para Ucrania y su presidente, Volodimir Zelenski, hundidos en la impotencia y en la depresión, mientras contemplan la ineficacia de Occidente ante una agresión a un país soberano que sirve para reforzar a Putin, en tanto China toma nota del bochorno político occidental por si luego hace algo similar con Taiwán, a quien Pekín no considera un país y todo es bien distinto en relación con Ucrania.