«Silencio”, de Scorsese, II parte

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Madrid. Nunca fueron buenas…, pero esta vez la obra rayaría en lo inesperado. Filmar una segunda parte del “Silencio” de Scorsese sería visualizar el primer “milagro japonés”. Lo de japonés es mío, el Papa Pío IX lo llamó “Milagro de Oriente”. El mío es con minúscula porque es de factura humana, y desconocido, a lo japonés.

Sería una película de banda histórica mucho más ancha, porque iría, al menos, desde el primer edicto de persecución cristiana del shogun H.Toyotomi en 1587 hasta su derogación en 1873. Con rachas, o avalanchas,”kuzures” en japonés, más o menos intensas de crueldad. Como las periódicas rafias árabes en nuestra península contra los cristianos, o al estilo comunista de comisarios políticos, denunciantes vecinos traidores o incluso familiares. Incluida la criba que hacían por la obligación  de todos los ciudadanos de censarse cada año en el templo sintoísta o budista y, pisar la imagen de Jesús o de María como prueba de que no eran cristianos ni participaban de sus creencias revolucionarias destructoras del orden social. Los cristianos corroían las bases de la sociedad. Enemigos públicos del poder establecido que, además de pagar sus tasas tenían que renunciar a sus creencias que no fueran sintoístas o budistas. Sólo se permitían las religiones aliadas con el sistema. Los cristianos traidores porque defendían a los agricultores esquilmados por sus daimios para sufragar sus guerras de clanes.

Hoy día, a más de tres siglos, esos perseguidos revolucionarios son reconocidos como los primeros japoneses que lucharon por la igualdad y la libertad. Más de 200 años antes que los franceses. Así consta en la tercera planta del “Amakusa Shiro Memorial Hall”, donde se lee en caracteres bien grandes: “La sublevación de Shimabara fue la primera vez que Japón luchó por la igualdad y la libertad”. Masuda Shiro fue el héroe rebelde cristiano que en 1637 lideró esa primera revolución contra la tiranía del shogunado en favor de los campesinos. Con 17 años y 27.000 hombres se enfrentó a las fuerzas gubernamentales con 125.000 hombres, y además ayudadas por la artillería holandesa, para destruir el Castillo de Jara donde se habían atrincherado finalmente. A él está dedicado el Memorial. El venía de familia cristiana y buena parte de los defensores del castillo también. Su cabeza en una pica fue paseada por Nagasaki, para aviso de los todavía posibles creyentes ocultos. Los llamados “kakure kirishitan”. Todos ejecutados.

Hubo decenas de miles de esos “kakure kirishitan” durante los  casi 300 años de persecución. Héroes con historias tan intrigantes de fondo como desconcertantes para Occidente en sus métodos de perseverancia.

Vivían en continua angustiosa huida y escondimiento. Sin líderes, expulsados; sin libros sagrados, por peligro de ser descubiertos; sin iglesias, destruidas; sin instructores de su doctrina; sin poder confiar ni en el vecino; sin poder reunirse como cualquier asociación…Hacen un calendario de sus fiestas cristianas, y nombran un encargado de avisarles para celebrarla como pueda cada grupo. Eligen jefes de familia que bauticen, otros que memoricen y reciten las oraciones, otros que busquen cuevas o presten lugares ocultos para sus reuniones, otros que camuflen signos cristianos en las imágenes de los “kamis”, o santos sintoístas  o budistas, o en sus templos, para que queden cristianizados de alguna manera y poder venerarlos interiormente sin apostatar y sin peligro de ser descubiertos en sus festejos públicos obligatorios…Mil aventuras de típicas estrategias japonesas y organización cívica que llegan a ser milagro por su imaginación, duración excepcional y estar siempre al filo del martirio. Y en las que se nos revelan los más profundos valores japoneses.

Conservan su fe gracias a sus cimientos confucianos de fidelidad a la familia manteniendo el legado de creencias de ellas recibido. Y el instrumento que usan para trasmitirlo es también puramente confuciano, los protocolos. Es decir, los ritos, las liturgias, las jerarquías…Redondeándolo todo con su ingenuo sincretismo al cristianar de alguna manera los templos, imágenes, altares sintoístas aprovechando signos parecidos a los cristianos. La tolerancia confuciana de nuevo. Todas sus aventuras rezuman japoneseidad pura.

Así hasta el siglo XX. Aventuras sembradas en múltiples escritos y lugares por Japón y la Biblioteca Vaticana. Todos ellos embebidos de esa misteriosa japoneseidad sin contaminaciones. Eso que tanto buscan hoy  día los japoneses para reencontrarse como nación, para ser ellos mismos. Y lo que trata de descubrir tanto estudioso extranjero.

Si a Haruki Murakami le diese por escribir novelando esos rasgos únicos y puramente japoneses de los milagros humanos de los “kakure kirisitan”, y a Scorsese por llevarlo a la pantalla, disfrutaríamos de unas segundas partes super ilustradoras de la japoneseidad más original. Saldrían los Ben Hur, Espartacos o Quo Vadis en versión japonesa. Hasta el mundo del anime se revitalizaría con fundamentos históricos reales.

Es un misterio, con muchas posibles explicaciones, el por qué no han dedicado más tiempo a ellos los investigadores hasta casi el siglo XXI.  Por fin el año 2016 se constituyó un panel de expertos para presentar algunos lugares de los “kakure kirishitan” como candidatos a ser incluidos en la lista de Monumentos Culturales del Mundo de la Unesco. Unas segundas partes de un famoso podría catapultar este tesoro de conocimiento sobre lo mejor del espíritu japonés. Y hasta llegar a tiempo para los Olímpicos.

Pedro Gallo

Sociólogo y empresario especialista en relaciones hispano japonesas, con más de 14 años viviendo en Japón

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