Crónica a la diferencia: del fútbol a la escultura

Miguel García / Roberto Ronaldo Orellana (Edición) | ASIAnortheast.com
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Madrid. La sirena varada del escultor Eduardo Chillida traza a izquierda y derecha, dirección norte y sur, el ir y venir del Paseo de la Castellana, entre el edificio ABC Serrano y la estatua-rotonda homenaje a Emilio Castelar, en el distrito madrileño de Salamanca. Bajo un puente, la disposición de las diecisiete obras del Museo de Escultura al Aire Libre desliza el callejero capitalino desde Juan Bravo hacia Eduardo Dato, ofreciendo una forma de pizarra para la táctica futbolística si se sigue el sentido acuoso, lineal de la cascada diseñada por el promotor del espacio, el escultor Eusebio Sempere.

El herrero Manolo Morante, que encarna la sexta generación de una familia de tradición forjadora, eleva la voz a través del teléfono cuando habla de Chillida, su genialidad, su maestría. La sirena varada pende del paso elevado por cuatro varas de acero que sostienen en el aire una figura de hormigón armado engañosa a la primera mirada fija, después mareada por la sensación de balanceo que la vista asimila en la aparente firmeza inamovible de sus cuatro salientes ondulados.

»Herrero de pueblo, forjador de pueblo», Morante ideó, sugirió y talló la pareja de esculturas de hierro que simbolizan, una en España y la otra en Corea del Sur, el hermanamiento entre su natal Villanueva de Alcardete, provincia de Toledo, y la ciudad surcoreana de Chinhae (hoy Changwon), a partir de la biografía acreditada por el hispanista Park Chul del jesuita español, y descendiente de una familia alcardeteña, Gregorio de Céspedes, el primer europeo que pisó y documentó por escrito a Occidente en 1593 la existencia de la península de Corea.

Morante charlaba fuera de la grada, detrás de una de las porterías, durante el partido de fútbol regional que enfrentó el pasado fin de semana en casa, como local, a Villanueva de Alcardete con el Qum FC, una plantilla formada por diecinueve jugadores surcoreanos que reside y compite esta temporada en Castilla-La Mancha con el objetivo de ascender a la tercera división del fútbol español, la Segunda División B, y el sueño de jugar contra el Real Madrid en la competición de la Copa del Rey, al decir de las aspiraciones de su presidente, el empresario surcoreano Kim De Ho.

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El resultado final de 1-7 para los visitantes editó ese día, esa tarde, un nuevo diccionario de adjetivos sólo positivos. Morante comentaba con conocidos el alarde al juego colectivo, a la escultura, a la notable coordinación de un equipo que controla la posesión del balón, que desgasta el físico de un contrario perseguidor de sombras aquí y allá, de banda a banda, para ejecutar con el trazo del contragolpe la velocidad de los extremos, el balón sin freno hacia delante, la definición individual o la combinación con el compañero que brazos en alto reclama a escasos metros el autobús del gol.

La seguridad del portero en las Unidades-Yunta de Pablo Serrano; la férrea línea defensiva en Al otro lado del muro, de José María Subirachs; el amplio abanico de atacantes en Un mundo para niños, de Andreu Alfaro; el galope constante del jugador número 7, la Mère Ubu de Joan Miró; la relación en bronce, acero inoxidable, hormigón y piedra caliza del museo madrileño, el entendimiento táctico del Qum FC en la Estructuración hiperpoliédrica del espacio, de Rafael Leoz.

Horas después, Morante, »amante, apasionado» de una vida que no concede prórrogas ni penaltis, enloquecido con su trabajo, con su mujer, con el dibujo como »el mejor sistema de comunicación, para el diseño escultórico, para la interacción humana, entendible en cualquier parte del mundo», reivindica la labor del forjador, un oficio que desaparece »con rabia, con pena», que dice adiós a la tarea renacentista entregada por el italiano Miguel Ángel Buonarroti en su David al desarrollo posterior de la creatividad: buscar, »esculpir la figura separada del bloque», descongelada, libre, independiente, dotada de sentido, de personalidad.

Echando la vista atrás, Morante recuerda el viaje a Corea en el verano de 1993, que abrió un nuevo vínculo entre España y Corea del Sur -con relaciones diplomáticas desde 1950-, además del conocimiento que de la idiosincrasia coreana se tuvo luego en Villanueva de Alcardete, aunque lamenta que el paso del tiempo haya desplazado al olvido el cromo preciado de Céspedes, limitado a la conciencia de una minoría de vecinos.

El cambio por unos días del taller de forja a un nuevo país, a un nuevo continente, le permitió conocer el carácter individualista de la sociedad coreana, la responsabilidad personal interiorizada para crecer en todos los ámbitos, el lado positivo pero a su vez negativo del refrán castellano de herencia quevedesca »Juan Palomo, yo me lo guiso, yo me lo como», el modelo de vida de un país »cerrado entonces al mundo exterior» que vio entonces una puerta de apertura internacional en la Exposición Universal de Daejeon.

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Su escultura llegó en barco a Corea. Una lona blanca cubría su figura en el acto de la inauguración en Chinhae hasta que las autoridades descubrieron el modelo, idéntico al que lucía con anterioridad en Villanueva de Alcardete, a la entrada del Centro Cultural Gregorio de Céspedes. Dos metros y medio de altura, 850 kilos de peso, la bandera surcoreana como cabeza de una cruz que representa la simbología cristiana, la misión del jesuita, con sus iniciales a los lados, »dos bocados» que se escoran hacia dentro por la caída en curva de un cuerpo que simula los tejados de la arquitectura coreana.

Pero la satisfacción que sacó de aquella visita se cruza con la crítica al retoque sufrido por la figura, teñida de bronce sobre el hierro oxidado, y de rojo y azul sobre el ying y el yang, el calor y la luz, el frío y la oscuridad del emblema nacional. Una modificación »aberrante» que pierde la »nobleza, la identidad» de la escultura, pero que Morante achaca y entiende por las características de la cultura coreana, el estímulo, la vitalidad del colorido.

Quizá el Qum FC también haga suya la expresión de pintar los colores y sonroje en los próximos años a la elite del fútbol español.

Sergio Perea Martínez

Graduado en Periodismo por la Universidad Complutense de Madrid.

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